En el instituto, en clase de literatura, tuvimos que leer Romeo y Julieta para subir la nota. La Señorita Snider nos hizo representar la obra. A Sam Scafarilo le tocó Romeo y a mí, cosas del destino, Julieta. Las demás estaban celosas, pero yo tenía otra opinión. Le dije a la Señorita Snider que Julieta era idiota; se enamora del único que no puede tener a su lado y después culpa al destino a su propia decisión. La Señorita Snider me dijo que cuando el destino se cruza en tu camino, a veces no tienes alternativa. A los 14 años ya tenia muy claro que el amor como la vida es fruto de las decisiones y el destino no tiene nada que ver. A todos les parece tan romántico Romeo y Julieta, el amor verdadero que pena, si fue tan tonta como para enamorarse del enemigo, tomar veneno e irse a dormir a una cripta, se merecía lo que le pasó.
Quizá Romeo y Julieta estuvieran destinados a unirse, aunque solo durante un tiempo. Luego pasó su momento, si lo hubieran sabido tal vez todo hubiera ido bien. Le dije a la Señorita Snider que cuando fuera mayor tomaría las riendas de mi destino, que no dejaría a ningún hombre arrástrame al abismo, y me respondió que si alguna vez sentía la pasión podía considerarme afortunada y que si la encontraba no nos separaríamos nunca. Yo sigo creyendo que el amor es una cuestión de decisiones. Hay que dejar a un lado el veneno y la daga y buscar tu propio final feliz, casi siempre. Pero a veces, a pesar de decidir lo mejor que puedes y de tus intenciones, el destino termina por ganar.
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