¿Quién querría ser una sosa al cuidado de siete enanitos pudiendo tener el tipazo de su madrastra gótica? ¿A quién le gustaría perder los taconazos en una carrera de todo menos elegante en pos de una calabaza tuneada? ¿Elegiría alguna mujer morirse de miedo en el bosque, encima cargada con la compra, pudiendo aullar entre las garras de un lobo? Ni zapatos de cristal, ni polvos mágicos, ni espejos sinceros. Unos buenos Manolos, polvazos de verdad y elixires de la eterna juventud. No hay vuelta atrás.
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