martes, 22 de noviembre de 2011

Ni Marte ni Venus ni hostias.
No hay manera.
Ya puedes leerte cada letra de cada libro de Stefan Zweig. Tragarte cada segundo de cada película de Isabel Coixet y Sofia Coppola.
Puedes escucharla. Puedes doblar rodilla, ponerte en su lugar e incluso creer, de verdad, que tiene razón. Maldita sea, que todas la tienen.

No importa una mierda.
Un día cualquiera, porque sí, lo que tu ves azul en realidad es rojo. Y punto pelota.
Y darán igual las horas de cafés y la ternura y el Home Cinema pagado a plazos. En tu mente se abrirá camino, de manera inexorable y brutal, la sentencia que, inocente palurdo, habías excluido de tu vida: “Está como una puta cabra“.

¿Y la culpa?
De las hormonas, claro. O de la luna o el sol o los zapatos o de su puta madre.
Ellas sólo pasaban por allí.

De cómo el feminismo arruinó mi vida sexual.*
“Hoy voy a contarles a los hombres un pequeño secreto sobre las mujeres.
Eh, hombres, ¿me estáis escuchando? Acercaos más… un poco más. Shhh… Bajemos la voz, que las feministas no nos oigan…

Ya conocéis esas cosas que habéis estado leyendo en las revistas de chicas, que dicen que a las mujeres les gusta que las conquisten con cenas a la luz de las velas antes de que les hagas el amor con cariño (¡con cariño!), dándole antes horas de placer oral y entonces suavemente (¡oh, suavemente!) penetrarlas mientras las miras amorosamente a los ojos… ¿Asegurándote siempre de que ellas llegan al orgasmo primero?

Gilipolleces.

¿Quieres saber de qué hablamos en realidad cuando pensamos en el mejor sexo que habíamos tenido? Hablamos de las rodillas arañadas y de las marcas en la espalda mientras nos mordíamos, agonizando de pasión. Nadie mencionó siquiera aquella vez que llenaste la bañera de pétalos de rosa y bla, bla, bla. Fue aquella vez en el asiento trasero de un Corsa, con nuestras caras apretadas contra la ventana, la que nos puso a cien.

¡Ey, chicos simpáticos! ¿Queréis saber por qué todos los gilipollas se llevan a las tías buenas? Porque esperan que se lleven su indiferencia desenfadada a la cama. A pesar de lo que diga Oprah, ninguna mujer quiere sentir que su hombre es inferior a ella. ¿Y qué mejor manera de mostrar tu superioridad que cogerla del pelo y llamarla mi pequeña y sucia putita?

El hombre perfecto, por supuesto, sería cariñoso y respetuoso fuera de la cama, y se convertiría en la bestia sólo después de cerrar las puertas, pero no hay muchos hombres así. Por ahora, estamos obligados a elegir entre una relación igual al 100% o nuestros chochos. Es una elección difícil.

 

 

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