jueves, 16 de diciembre de 2010

-Tengo ganas de ti.
-No has dicho “tengo ganas de verte”, sino “tengo ganas de ti”.
-¡Sí, y te lo repito!
Tengo la impresión de ser el participante de uno de esos estúpidos concursos. Espero no haberme equivocado de respuesta. Gin hace una pausa larga, demasiado larga. Quizá me haya equivocado de respuesta…
-Yo también tengo ganas de ti.
No dice nada más y oigo que abre el portal. No cojo el ascensor. Subo los escalones veloz como un rayo hasta el último piso, sin pararme, a veces incluso de cuatro en cuatro. Y cuando llego, se abre el ascensor. Es ella. Simbiosis hasta en ello. Me zambullo en sus labios y busco allí mi respiración. Besándola sin tregua, sin dejarla respirar. Le robo la fuerza, el sabor, los labios, le robo hasta las palabras. En silencio. Un silencio hecho de suspiros, de su camiseta que se abre, del gancho de su sujetador que salta, de nuestros pantalones que se bajan, de la barandilla que se mueve, de ella que se ríe haciendo “SCH” para que no la oigan, de ella que suspira para que yo no me corra, al menos no en seguida. Y extrañas posturas en aquella trampa de piernas, en esa maraña tejana que me excita aún más, que me fascina, que me extasía. Parar por un momento y de rodillas, sobre el frío mármol del rellano, besarla entre las piernas. Ella, Gin, cowgirl extrañamente descompuesta, imita un rodeo muy personal para no caer de mis labios. Para después cabalgarla otra vez y correr juntos, nosotros, estúpidos, salvajes, apasionados, caballos enamorados agarrados al suelo por una barandilla de hierro. Ésta vibra en silencio como nuestra pasión. Por un instante suspendidos en el vacío. Ruidos lejanos. Ruidos de las casas. Una gota cae. Un armario que se cierra. Pasos. Después ya nada. Nosotros. Solo nosotros. Su cabeza hacia atrás, su pelo suelto, abandonados en caída en la tromba de la escalera. Se mueven frenéticos, casi querrían saltar, como nuestro deseo. Pero un último beso nos hace corrernos juntos, volver al suelo precisamente mientras llaman al ascensor.
-Sh- ella se ríe derrumbándose en el suelo. Casi exhausta, sudada, mojada, y no sólo de sudor. Con el pelo que se le pega a la cara y se ríe con ella. Nos abrazamos juntos así, púgiles tocados, deshinchados, agotados, acurrucados en el suelo, vencidos. Esperando un inútil veredicto: empatados en puntos… Y sonriendo, nos besamos-. Sh- dice otra vez ella- . Sh- Se complace en ese silencio…Sh.
El ascensor se detiene un piso más abajo. Nuestros corazones laten veloces y no ciertamente de miedo. Me escondo entre su pelo. Me apoyo en su suave cuello. Descanso tranquilo. Mis labios cansados, felices, satisfechos en busca sólo de una última respuesta.
-Gin…
-¿Si?
-No me dejes…
Y no sé por qué, pero lo digo. Y casi me arrepiento. Y ella se queda un momento en silencio. Después se separa de mí y me mira curiosa. Luego lo dice despacio, casi susurrándolo:
-Tiraste al río la llave del candado.
Después, cariñosa, coge mi cabeza entre sus manos y me mira. No es una pregunta. No es una respuesta. Después me da un beso y otro, y otro más. Y no dice nada más. Sólo me sigue besando. Y yo sonrío. Y acepto encantado esa respuesta.

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